miércoles, 17 de abril de 2019

Posted by Ani abril 17, 2019

Cuando era niña esperaba ansiosa los domingos ya que era el día que con mi familia íbamos a cenar a la casa de mis abuelos. Era un día especial para mi porque, mientras comía la rica comida que preparaba mi abuela,  podía disfrutar de las historias de la juventud de mi abuelo que, a pesar de haberlas escuchado una y otra vez, no me cansaban nunca.

Siempre le pedía que me cuente las historias de cuando era maquinista del tranvía de Buenos Aires. Mi abuelo fue durante muchos años el encargado de llevar no sólo a la gente de la capital en su vida cotidiana, sino también a turistas que deseaban conocer la ciudad por este medio de transporte. Mi nonno narraba cada historia con tanto lujo de detalles que yo cerraba los ojos y podía imaginar el tranvía, a él manejándolo y a la gente subiendo y bajando.

El día de mi cumpleaños número 8 caía domingo y mi abuelo me prometió que me iba a esperar con una sorpresa. Ansiosa, deseé que pase rápido la semana hasta que al fin llegó la fecha deseada. Con mis papás fuimos a la casa de mis abuelos y, cuando llegamos, mi nonno nos estaba esperando en el patio. Corrí a abrazarlo y a decirle que entráramos a la casa, pero me dijo que ese día íbamos a salir a pasear él y yo. De la mano caminamos un par de cuadras y mi sorpresa fue enorme cuando, al girar en una esquina, estaba el tranvía estacionado en la calle. Emocionada, miré a mi abuelo que me hizo una seña para que fuéramos a subirnos.

El viaje fue más emocionante de lo que jamás hubiera imaginado: mi abuelo había elegido un lugar cerca del maquinista para ir explicándome cómo funcionaba el tranvía y cada movimiento que el conductor hacía. Mientras tanto, yo iba feliz mirando para todos lados, saludando a los autos que pasaban por al lado nuestro y dividiendo mi atención entre lo que mi abuelo me mostraba, y el recorrido por el que íbamos.

Una vez que el viaje terminó, bajamos del vehículo y nos dirigimos a un pequeño negocio, donde mi abuelo me compró una taza del tranvía como recuerdo del mejor cumpleaños que pasé en mi vida. Al día de hoy tengo el recuerdo de ese día y tomo el café como lo preparaba mi abuela, que me remite a las tardes del domingo en familia y a las historias de tranvías.


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